Avatar logró conjuntar la tecnología (fílmica) con el hype (exitación, rumores) de esta época. Es, sin embargo, una película que se tiene que ver con el cerebro apagado.
James Cameron es conocido por llevar a las tecnologías de filmación a su límite. Como ejemplo de lo anterior, en The Abyss (El Secreto del Abismo), dado que la trama transcurre bajo el agua, la filmación se llevó a cabo en enormes tanques en los que fueron introducidos actores, cámaras y hasta robots.
Cameron retoma su idea de que la civilización, los avances tecnológicos y en general el comercio y la industria llevarán a la humanidad al desastre, a perder lo escencial y a que la única solución es que intervengan o extraterrestres o intraterrestres. Paradójicamente, Cameron usa todos los elementos que critica para crear sus obras.
Hoy está de moda (desde los 60s, pero con mayor fuerza desde los 80s) cantar y bailar al ritmo de Greenpeace, la temática verde – pacifista. Ya he escrito varias entradas sobre el tema. Avatar se monta en la ola e intenta construir algo con un mensaje en ese sentido, pero en las casi 3 horas que dura la película no llega a ninguna parte.
Neal Stephenson escribió sobre las paradojas técnico – destructivas para el New York Times con el título “Turn On, Tune In, Veg Out” con maestría. Los nuevos analfabetas están contentos con la idea de que cualquier avance en conocimiento estructurado significa un retroceso para la humanidad, convirtiendo eficientemente a los hombres de ciencia en nuevos Jedi (apartados del mundo, alienados, incomprensibles, pero súmamente necesarios). La gente, la masa, los estúpidos, se contentan con apagar su cerebro y odian los detalles. Mientras más se da este escenario de medioevo, más se acerca la humanidad a su destrucción. Cualquiera que quisiera “demostrar” el punto desconoce el significado de “ignoratio elenchi“.
Avatar se queda muy, pero muy coja en su cometido anti – modernidad. Ya existen obras como Koyaanisqatsi (con la excelente música de Philip Glass), que sin decir una sola palabra dejan muy claro su punto de vista al más puro estilo de la cancioncita “We kill the world (don’t kill the world)” que tanto nos zorrajaron en los 80s. Como la producción de la película tenía que justificarse de alguna forma, hasta el propósito de hablar mal de la ciencia queda inconcluso.
No hay una sólida definición de personajes (insisto: no le alcanzaron las 3 horas). La película inicia con una narración “voz en off” en el mismo tenor de Red Planet, dándonos la idea de llegar lo más pronto posible a la acción, pero al mismo tiempo dejando una multitud de preguntas sin contestar (vegging out, como diría Stephenson). Rápidamente las cámaras descienden sobre “Pandora” (una luna de algún lejano planeta). Al desembarco del protagonista se nos indica que cualquier descuido en dicho lugar puede significar la muerte (a pesar de que más adelante se nos presenta a los humanos como todo – poderosos).
No es hasta cuando el protagonista es introducido (usando la más alta tecnología) en un ser creado con ADN humano y alienígena (que no es más que una especie de robot biológico) que comienza el verdadero desarrollo: las gráficas, las animaciones.
Los indígenas (llamados Nav’i) son seres inteligentes, por lo que la situación se nos presenta como una invasión / conquista. Esto le sirve perfectamente a Cameron, pues casi todos los locales hablan inglés (los invasores les han enseñado hasta su lengua). La conquista tiene un motivo: la obtención de un mineral, el “unobtainium” (juego de palabras en inglés para decir “elemento imposible de obtener), término usado realmente para designar un material difícil de obtener, pero que fué usado antes en la película “The Core” (El Núcleo). Como todo en Avatar, no fué necesario extenderse sobre los usos de este material, únicamente basta con saber que es carísimo (vegging out, pues, o usando el término en español: vegetemos, no preguntemos).
La alianza que forman la compañía minera y el ejército, con el CEO de la compañía impartiendo órdenes a los soldados de forma directa, se nos antoja a crítica de lo que en realidad sucede con el ejército de los Estados Unidos de América, pero a pesar de ser algo central en el argumento, tampoco es explorada y se queda como un ejemplo “in your face” más que como una verdadera crítica.
Luego, los Nav’i y sus “usos y costumbres”. Una sociedad basada en castas, donde el cargo de líder se hereda y donde se funden política y religión (la esposa del líder es la bruja – a – cargo). Los Nav’i practican la religión Gaia, pero de una forma literal: todo ser lo suficientemente complejo cuenta con un órgano que le permite “conectarse en red” con todos los demás, siendo el ser principal y más evolucionado… un árbol (el sueño húmedo de cualquier ecologista promedio, pues). Donde de plano es difícil de observar, es cuando llevan a cabo ritos multitudinarios emulando a los cristianos evangélicos en una mega church.
La conversión de los humanos “buenos” para defender a los Nav’i no es original, y está mucho mejor lograda en The Last Samurai.
Existen algunas cosas que son “salvables” (meintras apaguemos el cerebro, claro).
La creación de los seres animados es excelente. La cruza de el arquetipo de extraterrestre (altos, flacos, incluso azules) con gatos (los ojos y las colas, además de expresiones) es muy buena. El nivel de detalle no supera al Gollum que Andy Serkis y Weta crearon para The Lord Of The Rings, pero está al mismo nivel (Weta Digital participó en la producción de Avatar).
Esta es la primera película en 3D que veo casi sin sentir que estaba viendo algo en 3D (aunque las 3 horas de duración hicieron que me pesaran los lentes especiales). El detalle de darle perspectiva a los subtítulos y posicionarlos de forma que no afectaran la escena fué novedoso, aunque la costumbre de verlos siempre en el mismo lugar hizo que desde el principio optara por ignorarlos (excepto cuando se hablaba “lengua nativa”, que por fortuna usaba otra tipografía).
Las escenas nocturnas abusaron de los tonos neón, y me recordaron el estilo de Joel Shumaher en Flat Liners.
Me gustó el personaje de Neytiri. Rara vez aparece en pantalla una mujer capaz de defender a su hombre con tal vehemencia. Ayudó la animalidad física y emocional, las expresiones felinas, etc. Creo que es la única forma de llevar a la cinemática a una fémina sin hacerla aparecer varonil para mostrarla fuerte y convincente sin que resulte chocante.
Por supuesto que se logra una clara empatía con los personajes generados por computadora. Este es quizás el logro más grande de la película y el de implicaciones más profundas. La mayor parte del tiempo estamos presenciando el desarrollo de avatars de verdad, creaciones artísticas usando un mouse y tabletas wacom. Si bien es cierto que se sigue haciendo captura de movimiento a partir de humanos reales, es muy interesante asistir al nacimiento de las primeras S1M0NE5 de éxito. Yo, con mis casi 40 años, ya estoy harto de ver personajes animados por computadora con apariencia de juguete, muñecos de peluche, pecesitos tropicales, historietas o hasta hamburguesas. Es refrescante ver las obras de artistas digitales haciendo obras que no insultan la inteligencia de nosotros los adultos. Veo en un horizonte muy cercano el tiempo en el que los actores de carne y hueso compitan realmente con software sofisticado.
Sobre la apuesta económica de filmar en 3D, el tiempo dirá. Por lo pronto, Cory Doctorow lo expone muy bien en su columna en el Guardian “Why economics condemns 3D to be no more than a blockbuster gimmick“.
Avatar, una película que de ir acompañado de mi cerebro no podría disfrutarse. La recomiendo de ir en el mismo mood…