Se puede oir el eco de aquella mano estirada palmeando la puerta de toriles, el ondear del viento en el capote extendido, la respiración contenida en esa bestia de media tonelada con las 4 patas en el aire, el ruido arenoso de las zapatillas del matador hacer semicírculos en el piso y la campana, esa que no deja de sonar, siempre quedito y agudo, pero siempre, del respetable que no respira y que siente jalar su rostro hacia arriba de forma involuntaria por cientos de pares de cejas!
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Carlos Niebla
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