¡No llevas pollos, idiota! fué el grito de enojo de una niña de no más de 10 años, cuando se levantó luego de rodar por el suelo a bordo de un camión, ajustándose los lentes y acomodando una enorme mochila sobre su espalda. Gordita y con su uniforme escolar, no estaba bien sujeta a ninguna parte cuando el conductor pisó a fondo el pedal del freno por ir a exceso de velocidad. Pero lo que está aprendiendo esta niñita, es que o llevaba pollos o a algo más, no a gente.
Elaboro sobre el tema: los que iban viajando no llegaban a ser siquiera pollos. Los pollos, aún cuando pequeñitos, completamente amarillos, pían con todas sus fuerzas cuando son molestados. Pero rara vez los 10, 20 o hasta 100 individuos que se transportan a diario en estos vehículos protestan cuando algo así sucede. Murmuran por lo bajo, pero nunca se escucha su voz. Tácitamente aprueban el comportamiento de los cafres que todos los días inundan las calles.
¿Pollos? no. Una masa gelatinosa que se escurre rápidamente cuando el transporte hace parada, hacia arriba o hacia abajo, hacia atrás, siempre hacia atrás ¡recórrase hacia atrás! ¡forme dos filas! ¡no tengo cambio! y que tiembla al ritmo del estridente equipo de sonido sin protestar, sin decir nada, aprobándolo todo, comiendo cualquier cosa, con la mirada perdida, demasiado apelmazados para contestar, para decir, si quiera para opinar.
Buenos, si, muy buenos para retobar cuando alguien protesta: “oríllese para que me pueda bajar”, pero el idiota del volante no contesta, masca su chicle, la puerta de salida abierta, la imperturbable cumbia de fondo, la apestosa masa abre un poco más los ojos, nada, nada de nada, “¿no se va a orillar?” y la respuesta no se deja esperar: se cierra la puerta, un acelerón, comienza la lucha, el timbre para solicitar la parada suena y suena “¿me quieres llevar hasta tu casa, idiota?” y al fin, triunfante, 5 cuadras después, el gorila deforme y sudoroso se orilla, aunque no detiene completamente su unidad, el momento final: “¡párate animal!” se para de golpe, y, lo que faltaba, el primer resoplido, la primera respuesta de la masa, alguien anónimo dice: “¡ya bájate! ¿no?”, se baja, y el gorilla y su cargamento de mierda hacen relinchar las llantas, no eran iguales, los que se quedaron arriba y quien se ha bajado, no viven en el mismo barrio, ni comen la misma comida, todos son vecinos del microbusero, o hasta parientes, conocidos, ellos si se entienden, son de la misma clase, y lo han dejado bien claro: “te bajamos en donde quisimos porque no somos iguales”.
Hoy, la masa de San Juan Ixtayopan, Tláhuac, lugar de mierda, se justifica: “nosotros no fuimos, aquí viven miles, solo fueron unos cuantos, los medios no dicen que tenemos nuestras fiestitas, que tenemos nuestras tradiciones, que somos pacíficos, urgimos defensa para los injustamente detenidos, somos inocentes“. ¿Inocentes? ¿saben hablar? ¿de verdad?
Ellos, los vecinos, los colonos, los pobladores, los que estando ahí no hicieron nada, los mismos que se suben oliendo a jabón rosa a su transporte por la mañana, los mismos que se bajan por la tarde y noche resoplando sudorosos, y nunca dicen nada, ¿saben hablar? ¡Mierda! Un perico también sabe articular palabras, y hasta sabe pedir su comida o chiflarte cuando está de buen humor. Pero incluso un perico es capáz de defenderte, de interponerse cuando alguien muchísimo más grande y pesado que el te intenta hacer daño.
Ahora resulta que la mierda sabe hablar…
Y los medios, en su estupidez, se siguen enfocando en las policías… ante los ojos de la mierda (si, también tiene ojos) ahora los culpables son los policías… pero eso si, hombro con hombro, cuando esa mierda le parta la madre y quizás hasta queme vivo a un reportero…