La administración de Vicente Fox terminó con el impasse que ellos mismos generaron con el gobierno del Distrito Federal, cuando a todas luces una bola de nieve se convirtió en una avalancha que amanazaba con aplastar a las ya de por si jodidas instituciones del país. Pero en el proceso, todos hemos perdido algo muy valioso: la noble aspiración a un Estado de Derecho de un pueblo.
Ya desde el principio de la administración foxista, fue notable su falta de experiencia política en el manejo que le dieron al primer gran golpe a las instituciones que ellos mismos toman como estandarte: el asunto del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México y el pueblo de San Mateo Atenco, donde todo les salió mal, desde el principio hasta el final, y donde comenzó una debacle total del respeto por la autoridad. Nunca se olvidarán las marchas de aquellos campesinos por las calles de la Ciudad de México blandiendo sus machetes a diestra y siniestra, y donde lo que salió a relucir no fué la admisión de errores y la corrección de los mismos, sino la fórmula con la que el gobierno federal se rindió frente a su propia ineptitud.
Yo mismo no hubiese vaticinado el resultado de la última bola de nieve, ahora aplicada al proceso de desafuero de Andrés Manuel López Obrador, porque siempre pensé que una estupidez de tal tamaño no se podía repetir, pero así fué. Lo que mal empieza mal termina, y el enfrentamiento que nunca debió haberse dado, sin bases y sin ninguna justificación, terminó de la peor manera posible: el gobierno federal volvía a echarse pa’ tras, debilitándose a límites inverosímiles.
No es que yo no estuviese porque no se resolviera el problema entre Fox y AMLO, asistí a la primera marcha a la que convocó López Obrador (aunque por el argumento de la defensa de la presunción de inocencia, no por AMLO) y no he parado de seguir con atención todos los pasos que se han dado tanto de uno como de otro lado, pero la forma, las consecuencias, son funestas.
No, no es culpa de solo una persona o una institución, ni siquiera de las circunstancias, que no exista un Estado de Derecho en el país. Todos los días soy testigo de lo acostumbrados que están la mayoría de los mexicanos a vivir en la ilegalidad, en la tranza, la mordida, la corrupción.
De hecho, irónicamente, lo único que podría fortalecer la idea del Estado de Derecho es darle curso a la iniciativa que en materia de justicia y seguridad ha presentado el ejecutivo. Yo siempre he sido partidario de que la causa primigenia de la falta de la aplicación de la ley en mi país siempre ha sido la falta de leyes justas, de instituciones de justicia eficientes, de una seguridad inexistente. No se le puede pedir a nadie que simplemente obedezca cuando no se tiene razón, cuando no se es justo, cuando no se da nada a cambio, y eso es, precisamente, lo que las leyes actuales, las instituciones y los guardianes del órden proveen al pueblo de México: basura. Pero no todo está predido, y está precisamente en los alcances de dicha propuesta el mejorar radicalmente la situación actual de desconfianza, atropello e inseguridad en la que vivimos.
En resúmen: Fox una vez más debilitó el Estado de Derecho, los diputados siguen sin legislar y todos perdimos.