Las corridas de toros son algo salvaje, cruel y violento. Sin embargo, así es la vida. Una persona arrojando embriones de pollo al aceite hirviendo, alguien comiéndose una langosta, o la gran mayoría usando muebles de cadáveres de árboles… Sin embargo, la respuesta “pero es que es diferente” solo aparece para esconder la cabeza en la arena, sin comprender definitivamente que los humanos somos también animales, y que predamos igual que ellos, sin importar que tanto envuelvan la carne sanguinolenta de una vaca que murió en mucho peores condiciones en el Superama más cercano, envueltita en celofán muy mono y con papel absorbente debajo para esconder hasta la última gota roja de sangre.