La Constitución de los Estados Unidos Mexicanos está diseñada para que, con respcto al culto religioso, no solo se pueda profesar el que a un ciudadano se le venga en gana, se le ocurra o invente, sino que definiendo un Estado Laico, nunca se oficialice o privilegie creencia alguna, y así se asegure una amplia libertad para que el crédulo ande por la vida pensando en el Hada Madrina, en Juan Pestañas o en quien se ponga enfrente (o atrás).
La bronca la comenzó el clero católico, pues con toda razón especificó que entre sus santos no había ninguno que fuese una calaca, por más tilica y flaca o Catrina que fuese. Sin embargo, y dada la paganería sincrética del pueblo, hay algunos (siempre los eternos menos favorecidos) que arrimándose al caudal santón de dicha congregación no obtuvieron la ansiada ayuda que tanto necesitaban, y fueron siendo cada vez menos exigentes, hasta que de plano se lanzaron sobre el esqueleto mortífero para pedirle, rogarle y rendirle culto.
El asunto no habría pasado de ahí (la iglésia católica tiene fama de ser barco) de no ser porque ahora Gobernación, en su “estricto apego a las leyes e instituciones”, ahora le exige a los pobres que creen en que la santa muerte (que no es santa, que si, que no, que no se va a poder, que ¿como chingados no?, pues santa no es ni será, pues yo le digo como quiera, pues como quiera ‘asté) les hará sus favores que lo registren como culto religioso y entonces puedan hacer lo que quieran…. como si le exigieran lo mismo a los ilusos New Age o a los que aún hoy rinden culto a La Llorona… suena a que algunos persignados de Bucareli nomás quieren sus indulgencias, ¿o no?