Recuerdo cuando era muy pequeño y mis tíos (ingenieros casi todos) traían en la mano grandes radios, pesados, que no paraban de escupir las voces de la gente en la obra (y ellos contestaban irremediablemente con las direcciones requeridas). Me parecía algo fascinante (en mi niñez, los walkie-talkies aparecían en las películas en las manos de los niños más intrépidos y aventureros, era el final de la guerra fría y todo el mundo quería ser un espía).