El artículo apareció en Letras Libres, pero la liga ya no funciona: https://www.letraslibres.com/?art=7412 Copio el texto de archivos de la red: Cualquier revolución victoriosa en el campo de las ideas o de las costumbres tiene que elegir entre dos caminos: asumir la victoria y ejercer el poder con responsabilidad o tratar de suprimir a la facción derrotada, con el argumento de que su existencia pone en peligro las conquistas del movimiento. Quizá el acto más honesto de un revolucionario consista en reconocer el logro de sus metas, pues al hacerlo su lucha concluye, a menos de que busque aferrarse al poder. Por el contrario, la estrategia de todos los rebeldes convertidos en dictadores consiste en inventar enemigos externos o internos, en imaginar conjuras y combatir fantasmas, para dar la impresión de que la causa todavía enfrenta grandes obstáculos. Así han actuado, en los países del Primer Mundo, las vanguardias más recalcitrantes del feminismo, que, a pesar de haber ganado la pelea en todos los campos de la vida social, pretenden extirpar hasta el último vestigio de la cultura patriarcal y machista, en una cruzada revanchista que se acerca peligrosamente a la intolerancia. Desde hace mucho tiempo, en Europa y Estados Unidos el feminismo pasó de la oposición al poder. Por méritos propios, la mujer está desplazando al hombre en el mercado laboral, ha cambiado a su favor el equilibrio de fuerzas en el seno de la familia y tiene un rendimiento escolar muy superior al de los varones. Ante su predominio en los trabajos que exigen inteligencia o destreza manual, muchos hombres empiezan a perder autoestima y se despeñan en el alcohol o las drogas. Según datos recién publicados por Hutton Getty en The Economist, en 1997 las mujeres universitarias de Estados Unidos obtuvieron 30% más grados de maestría que los hombres, y el porcentaje de mujeres económicamente activas subió un 20% de 1973 al 2000, mientras el de varones con empleo se redujo un 2% en el mismo periodo. Como muchas madres divorciadas no pueden desatender el trabajo para cuidar a sus hijos, o se niegan a cargar con ellos al contraer un segundo matrimonio, en los últimos diez años se ha incrementado en un 25% el número de padres solteros. Abundan las parejas en que la mujer trabaja y el hombre se dedica a las faenas domésticas, pero en ese aspecto el varón también está en desventaja, porque una mujer de hogar no escandaliza a nadie, pero los amos de casa padecen el estigma de ser unos mantenidos. El decaimiento del sexo masculino inspira compasión a las propias feministas. En una entrevista reciente, Doris Lessing declaró: “Me encuentro cada vez más perpleja ante el irreflexivo y automático vilipendio de los varones. Ya ni siquiera prestamos atención a este hecho porque forma parte de nuestra cultura. Los hombres parecen doblegados, no pueden regresar a la pelea y ya es tiempo de que lo hagan.” Ningún espíritu libre puede desear un retroceso en los derechos conquistados por el feminismo. Pero […]